15.9.15

Una historia verdadera

Lo más difícil de escribir una historia es acabarla. Una conclusión que agrade, parezca creíble y sorprenda. Es la clave. Al ver una película se piensa continuamente en cuál podría ser el final. Si el protagonista muere, está muerto o se hace el muerto. A veces es lo único que tiene, un desenlace impecable que le hace ganar millones y millones en taquilla. El fin de las historias es lo que crea las mayores expectativas y hay debates eternos sobre su significado y su interpretación. Es por ello que seguramente muchas obras se crean comenzando por una idea final desde la que se moldea el resto del argumento. Como en este artículo.

Pero no siempre tiene que existir un final. No todo en la vida tiene que tener un significado. Una razón. O mejor dicho, no todo puede llegar a ser comprensible por nosotros. Hay cosas que quedan en blanco, flotando, suspendidas. Que quedan como un edificio parado a mitad de construcción. Con sus pilares, sus muros de piedra importada de Brasil pero sin puertas ni ventanas. El dueño se quedó sin dinero. El constructor le engañó. Tratan de darle sentido a ese final. Pero a veces no existe. Simplemente ambos desaparecieron y esa casa queda inhabitada y sin sentido para siempre. Aun así, nuestra mente siempre tratará de buscar una explicación. Nos resignamos, nos empeñamos y lo que es más importante, lo exigimos. Somos curiosos. Intentamos dar sentido al sinsentido. Teorías de la conspiración que explican lo inexplicable. La creación de la tierra. El cielo y el infierno.

Pero hace unos meses me leí un libro al que no paro de dar vueltas: “Limonov” de Emmanuel Carrère. Biografía real de un polémico escritor y político ruso con una vida completamente estrafalaria, desmesurada y de locura. Exiliado de la Unión Soviética por su ideología, viajó a Nueva York dónde vivió como un vagabundo, sirvió a un millonario, trabajó en periódicos y revistas y publicó libros autobiográficos alcanzando gran fama en Francia. Posteriormente, participó personalmente en la guerra de los Balcanes y regresó a Rusia tras la caída de la Unión Soviética donde acabó en la cárcel acusado de terrorismo. A su salida, fundó un partido político de oposición a Putin con el que continúa su incansable lucha que seguramente le lleve a la muerte. Una vida apasionante. Aunque lo que se me quedó grabado en la mente y no puedo olvidar es esa última frase con la que Limonov resume su vida tras conceder una entrevista al autor del libro. Frase con la que muestra su apasionante vida, sorprendentemente inhabitada y sin sentido. Frase que no escribiré.

Quizá las historias se merecen un final. Razón última del motivo de su existencia. Sin embargo, es el contenido quien te va llevando por caminos donde aprendes, interpretas y creas tus propias conclusiones. Y estaréis de acuerdo en que repasando este artículo todo se mueve hacia un lado, todo cojea y algo se va intuyendo. Pero al igual que la felicidad realmente se encuentra en la búsqueda de esa felicidad, las historias se deben disfrutar en la búsqueda de ese desenlace. Esa es la razón por la que creo que la conclusión, parte tan importante e indispensable, no debe explicarse en ciertos casos, sobre todo cuando las historias comienzan partiendo de la idea final. Como en este artículo.