28.2.13

El mundo de las ideas


Demasiado carmín encharca
el jardín de mi corazón,
retumban con fuerza en mi pecho
latidos del eco de tu voz.

Mis ideas forma han dado
a tu cuerpo de gitana
que galopa ahora a sus anchas
los caminos de mi almohada

En mí tus cabellos relucen,
de tu boca manan flores,
en mí donde esbozas sombra
yo advierto luz de colores.

Agonizante, muerto de sed,
este río discurre seco
clamando por una gota
de tus caricias y besos.

Que tormentas de violines
con sus notas rieguen prados
vuelva la música al cauce
de este río hoy devastado.

El mundo de las ideas entonces
no verá más reinar tu mirada,
transformándote en un imborrable
y hermoso olor a tierra mojada.





19.2.13

El menú sorpresa del ingeniero

A fuerza de recitar el mantra a propios y extraños, éste pasó de posibilidad a certeza y de certeza a credo en poco tiempo. Al alevín de ingeniero le gustaba comentar con naturalidad las delicias que, llegado el día, iba a poder degustar, al fin, en el restaurante El Comensal Satisfecho.

Con motivo del fin de carrera, en el acto de graduación recibió la esperada invitación al festín con el que diría adiós a años de dieta blanda y hola a lustros de orgía gastronómica: sustanciosos manjares patrios, enormes y tiernos solomillos, tanto caviar como gustase, vinos, cavas a granel y dulces de autor.

Llegado el gran día todo se desarrollaba según lo previsto, salvo que el ingeniero recién graduado llegó con bastante antelación a las inmediaciones de El Comensal, para evitar atascos y aglomeraciones de última hora. Este exceso de celo le permitió advertir la llegada de los camiones cargados con víveres para la velada. La curiosidad que se le presupone por su profesión impulsó al ingeniero a acercase y husmear por la parte trasera del local durante la descarga de los bultos. Junto a las cajas más o menos estandarizadas de frutas, verduras, congelados y botellas, le sorprendió ver cómo los operarios metían otras de cartón, llenas de alguna sustancia que rezumaba por los bordes superiores y generaba además un goteo intermitente, dejando un reguero entre los camiones y lo que parecía ser la bodega. En ese momento el ingeniero oyó en la distancia las voces conocidas de sus camaradas y volvió a la puerta principal, donde sus coetáneos ya se apremiaban en cola ante la puerta: la hora del banquete había llegado.

El acto se estaba desarrollando con tanta ceremonia como era de prever. Mientras un gerifalte paría el enésimo discurso institucional, entraron por un lado los camareros y empezaron a servir el primer plato, que venía presentado con los peliculeros cubre-platos de acero inoxidable, semiesféricos y con asita. El ingeniero, algo distraído con sus colegas de mesa, alcanzó a escuchar cómo el orador acabó su texto diciendo "...a ésta, la generación mejor preparada que recordamos". En ese instante, como parte de una representación muy ensayada, los camareros, a razón de uno por cada dos asientos, levantaron con agilidad las tapas que ocultaban el contenido de los platos....


En los primeros momentos, la mayor parte de los jóvenes ingenieros soltaron sonoras carcajadas, que se fueron transformando en ojos muy abiertos y veloces comentarios entre mesas, cada vez a un volumen más bajo. Al cabo de unos minutos, el aire pesaba sobre las cabezas de todos los asistentes, y tanto los jóvenes ingenieros como los organizadores, mandamases y demás invitados mantenían un heterogéneo silencio, digno en algunos casos, impostado en otros y adornado con la boca abierta de par en par en la mayoría. Todos parecían convenir que las palabras en uno u otro sentido no tendrían valor ni justificación. Tras un tiempo que pareció eterno por la rareza del ambiente, de repente, todas las cabezas y las miradas se dirigieron al lugar de donde procedía un tintineo metálico. El sonido lo estaba provocando un joven que cogía por fin el tenedor, lo separaba del cuchillo en su envoltorio común, tomaba un pedazo de comida y se la llevaba a la boca. Mientras masticaba iba cruzando miradas tristes y llenas de significado con algunos de sus compañeros. Finalmente, el ingeniero recién graduado, siguiendo el ejemplo de la mayoría de los presentes en la atestada sala, pinchó el pedazo de boñiga que tenía delante, lo masticó... y al cabo de unos minutos de malestar, se dijo a sí mismo que en realidad aquello no estaba tan malo.


"Aquellos que no aprenden las lecciones de la Historia están condenados a repetirla".
Jorge Santayana


6.2.13

La Fábula del Carruaje


Érase una vez un jovencito llamado Cualquiera que vivía en el reino de Todaspartes. Este apuesto muchacho tenía una gran ilusión desde niño: quería explorar todos y cada uno de los lugares del inmenso reino.

Un buen día, y en vista de aquellas inquietudes que mostraba su hijo, sus padres decidieron invertir todos sus ahorros y regalarle un precioso carruaje con motivo de su enésimo cumpleaños. No se trataba ni mucho menos de un carruaje corriente, sino del más mágico y maravilloso que podía encontrase en Todaspartes. Estaba compuesto por un precioso coche de madera de olmo, dos robustos y veloces corceles y unas riendas de cuero. Era tan especial que a su alrededor circulaba la leyenda de que quien aprendiera a conducir con aquel vehículo disfrutaría de una vida dichosa.

Impaciente y repleto de euforia, Cualquiera no quiso perder un segundo más y emprendió un largo viaje hacia el pueblo de Maestros, donde la leyenda decía que sería otorgado el citado galardónPreparó rápidamente el equipaje y subió por primera vez a su flamante carruaje. ¡Qué bonito parecía todo desde allí arriba!. Sin embargo, poco duróle aquella alegría, ya que súbitamente los dos caballos comenzaron a galopar a gran velocidad aunque sin sentido alguno, completamente enloquecidos, desbocados. Preso del estupor, Cualquiera en un primer instante permaneció sentado, inmóvil. No obstante, a los pocos segundos levantóse y empezó a gritar con gran vehemencia. Gritó y gritó hasta quedar afónico, mas con nulo resultado. Quince días con sus quince noches anduvieron perdidos, vagando sin rumbo y con absoluto descontrol. En todo momento tomaron los caballos las decisiones de dirección bajo el principio del libre albedrío. Si el joven quería girar a la derecha aquéllos hacíanlo a la izquierda, si pretendía ir deprisa lo tomaban con completa calma, y si deseaba detenerse aceleraban el paso.

Sumido en la desesperación, Cualquiera concluyó que debía indagar acerca del funcionamiento de los elementos que de acuerdo con su padre denominábanse riendas y que alguna función seguro tendrían que desempeñar en todo aquello. Así pues se puso manos a la obra, y a base de probar decenas de veces, percatóse de que los gestos que realizaba con aquellas correas influían significativamente en el comportamiento de los corceles. De esta forma, aunque continuaba viajando de manera errante, sentíase cada vez con mayor control sobre el carruaje, lo que sin duda iba transformando su particular Odisea en una aventura más placentera. 



Cruzando los pueblos de Noveles, Aprendices y Aspirantes, el joven desarrolló una técnica bastante depurada de conducción, hasta que finalmente decidió que estaba preparado para dirigirse a su verdadero destino, el famoso pueblo de Maestros. Una vez allí, durante su entrada a la villa las amables gentes que en él habitaban saludábanlo con enormes sonrisas y cánticos de enhorabuena, que colmaron de alegría el gran corazón del muchacho. Decíanle los más veteranos que debía encaminarse a la Plaza de la Sabiduría, pues allí obtendría la recompensa a todos sus esfuerzos. 

Entusiasmado por aquella idea, Cualquiera imaginaba durante el ya breve trayecto de qué podría tratarse ese botín que los transeúntes le indicaban. Tal vez fuera una montaña de oro, en cuyo caso compraría una gran mansión para sus adorables padres. O quizás lo nombraran rey, y entonces procuraría conseguir lo mejor para los ciudadanos deTodaspartes. 

Sin embargo, gigantesca fue su sorpresa cuando una vez hallábase en susodicha plaza, vio que no era más que un espacio absolutamente vacío. Quedóle el alma helada, especialmente tras las cautivadoras promesas recibidas. De repente, cuando estaba ya dispuesto a marcharse apenado, atisbó una placa que yacía en el suelo, en mitad de aquel emplazamiento. Acercóse hasta allí y leyó:

Enhorabuena! Si has llegado hasta aquí es señal de que ya has aprendido todo lo necesario para disfrutar de una vida dichosa. Ahora sólo has de ponerlo en práctica. Para ello debes seguir esta enseñanza de Platón:

"El cuerpo humano es un carruaje; el yo, es el hombre que conduce; el pensamiento son las riendas, y los sentimientos son los caballos"