13.5.13

Sin los pies en el suelo


Abrí primero el ojo izquierdo y seguidamente el derecho. Estaba siendo azotado por una luminosidad radiante que me impedía seguir durmiendo. La luna, finalizada su jornada de trabajo, había recogido todas sus estrellas y se había marchado con la noche a otra parte, dando paso a una espléndida y soleada mañana de Mayo.
Una vez desperezado, me levanté y dibujé algunos pasos sobre un suelo blando y sumamente irregular, blanquecino. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que aquello era muy extraño. ¿Dónde me encontraba? Un escalofrío súbitamente recorrió todo mi cuerpo y me hizo estremecer. Por suerte conseguí relajarme y a los pocos minutos me invadió una sensación de comodidad, de que aquel lugar me resultaba de alguna manera familiar. ¿Cuánto tiempo llevaba viviendo allí? 
Mientras me formulaba ésta y otras preguntas de la misma índole, continué caminando hasta advertir la existencia de un mirador que se dejaba entrever tras algunos montículos de aquella cálida y misteriosa nieve. Llegado hasta él, oteé el horizonte y divisé bajo mis pies un sinfín de tejados de edificios, rascacielos, carreteras y minúsculos sujetos dirigiéndose a sus trabajos y demás quehaceres, como cada mañana.
No había ninguna duda, las vistas que contemplaba correspondían a la urbe de Madrid, mi ciudad de origen y residencia. Respiré aliviado. Al fin y al cabo seguía viviendo allí, únicamente era mi perspectiva lo que había variado. Me había alejado de los problemas diarios. Las absurdas preocupaciones habían pasado a un segundo plano e incluso me encontraba fuera del alcance de las garras de la monotonía.
Desde aquel emplazamiento, todos los seres humanos resultaban igualmente entrañables. Diminutos individuos, en contraposición a la costumbre de observarlos siempre tan agrandados, llenos de su importancia, como si el mundo girase a su alrededor.
Me di la vuelta y procedí a extender de nuevo mi desgarbado cuerpo sobre aquella mullida superficie. Después de todo no se estaba nada mal. Tan cerca de todo y sin embargo tan lejos, bonita paradoja. Allí no se era esclavo del reloj, y uno podía teorizar acerca de la vida, divagar sobre ideas que rezumaran utopía, o simplemente sumergirse en el que aún pasa inadvertido, gozo de ser. 
Lo cierto es que ignoraba el tiempo que llevaba instalado en las nubes, la manera en que había llegado hasta aquel enclave e incluso por cuánto tiempo iba a quedarme, pero si hay algo claro en esta historia es que éste que os la cuenta, desde hacía ya bastante tiempo, tenía los pies a kilómetros del suelo.


1 comentario:

  1. Uauuu de lo mejor que se puede leer hoy en día. Francamente, me enorgullece pertenecer a un espacio en el que se escriben cosas como esta...

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