23.9.13

Y allí estaba yo

Y allí estaba yo, saltando como un adolescente en mitad de aquel tumulto de sujetos enloquecidos por el júbilo. Jaleando la letra de aquellas canciones que había escuchado hasta la saciedad como si se tratara de mi última vez.

Todo ocurrió durante una espléndida noche de verano. Un manto de estrellas inundaba el firmamento. Corría una ligera brisa, apresurada por recoger la magia que acontecía en aquel lugar para después susurrarla a los cuatro vientos por laderas y valles. La luna, que como siempre había escogido un sitio privilegiado para la velada, observaba entretanto atentamente la escena.




Por aquel entonces, una euforia desmedida se había adueñado ya completamente de mi desgarbado cuerpo, que no podía parar de agitarse como una ola más en el seno de aquella marea juvenil.

Era reconfortante echar la vista al frente. Se apreciaban miradas de aprecio. Sonrisas con una complicidad de las que hacen sonreír. Me sentía arropado por el calor de los cuerpos y en sintonía con lo más profundo de sus almas. Era sin duda feliz, muy feliz. Los problemas, las preocupaciones, los compromisos y todo absolutamente todo había desaparecido, había sido tragado por el desagüe y se alejaba a toda velocidad por el sumidero de aquel instante.

¿Por qué aquella receta contenía todos los ingredientes que necesitaba para ser feliz? ¿Qué hacía de ese plato algo tan especial?


Comencé a dar vueltas sobre estos interrogantes una y otra vez hasta quedar completamente mareado. Y sin embargo fue entonces cuando tuve la revelación: Presente.

Puede que en eso consistiera todo, en enfocar toda nuestra atención sobre el presente. Debía por tanto cambiar la perspectiva con que miraba las cosas. Quizá el sentimiento de felicidad no dependiera directamente de los elementos contenidos en una determinada escena, sino que a lo mejor se trataba de mí. Aquel día desde luego se encontraba mi Yo desnudo en el más puro presente, absorbido totalmente por cada uno de los segundos, que incluso dejaron de tener significado ante la exclusiva presencia del ahora, en el que yo tenía puestos mis cinco sentidos.


Meditad acerca de esos momentos en los que hayáis experimentado las mayores sensaciones de gozo. Esas actividades que realicéis con verdadera pasión, ya sea leer un buen libro, practicar algún deporte, tocar un instrumento o simplemente tomar una cerveza rodeado de buenos amigos. El denominador común de todos ellos, si recapacitáis, no es más que éste: el ruido de vuestra cabeza se detiene y quedáis completamente sumergidos en el instante, en el ahora. 

Probablemente penséis que al reflexionar sobre estos asuntos en este pequeño escrito soy el primero que está dejando de vivir con plenitud el momento actual. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. De hecho, he concluido que si disfruto tanto escribiendo, si de verdad engancha por algo la escritura es sin duda porque aunque uno se dedique a contar esta bonita historia que sucedió en el pasado, mientras uno tiene "la pluma" en la mano no deja de traerla al ahora para revivirla de nuevo, sólo que en esta ocasión además la recrea a su antojo, se convierte en el protagonista de la nueva aventura que ocurre sobre el papel, pintando de un maravilloso colorido el a veces grisáceo presente.

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