Daniel abrió la puerta del pub donde cada viernes compartía
junto a sus amigos el mejor rato de la semana. Acompañados por unas cervezas
solían transcurrir las horas a toda prisa. Unas veces riendo, otras arreglando
el mundo, pero siempre bajo el compás de aquellas canciones de blues con las
que el bueno de Hugo confería a su taberna una atmósfera profunda y
melancólica. Cada tarde en ese lugar resultaba única e inigualable.
Aquel día Daniel entró acompañado por su primo Mario,
un tipo moreno de ojos grandes, de mediana estatura. Tras años de experiencia
en una empresa familiar, Mario se había convertido en un experto fontanero, de
lo que se había aprovechado Dani para solucionar unos problemillas que tenía
con la caldera. Ésta era la tercera vez que asistía con él a aquellas reuniones
de amigotes. Ambos tomaron asiento y cuando aún esperaban la llegada de las rubias, María inició la
conversación:
-¿Qué
tal la caldera Dani? ¿ya funciona?
-¡Sí!
al fin volveré a ducharme con agua caliente. Menos mal que ha venido mi primo,
a él no hay caldera que se le resista.
-Menudo
manitas estás hecho Mario! ya podrías haberle pegado algo a tu primo- dijo
María en una clara señal de acercamiento hacia el nuevo invitado.
- Sí - respondió
éste de manera seca y concisa, sin recoger el guante que le había
tendido la amable chica.