Daniel abrió la puerta del pub donde cada viernes compartía
junto a sus amigos el mejor rato de la semana. Acompañados por unas cervezas
solían transcurrir las horas a toda prisa. Unas veces riendo, otras arreglando
el mundo, pero siempre bajo el compás de aquellas canciones de blues con las
que el bueno de Hugo confería a su taberna una atmósfera profunda y
melancólica. Cada tarde en ese lugar resultaba única e inigualable.
Aquel día Daniel entró acompañado por su primo Mario,
un tipo moreno de ojos grandes, de mediana estatura. Tras años de experiencia
en una empresa familiar, Mario se había convertido en un experto fontanero, de
lo que se había aprovechado Dani para solucionar unos problemillas que tenía
con la caldera. Ésta era la tercera vez que asistía con él a aquellas reuniones
de amigotes. Ambos tomaron asiento y cuando aún esperaban la llegada de las rubias, María inició la
conversación:
-¿Qué
tal la caldera Dani? ¿ya funciona?
-¡Sí!
al fin volveré a ducharme con agua caliente. Menos mal que ha venido mi primo,
a él no hay caldera que se le resista.
-Menudo
manitas estás hecho Mario! ya podrías haberle pegado algo a tu primo- dijo
María en una clara señal de acercamiento hacia el nuevo invitado.
- Sí - respondió
éste de manera seca y concisa, sin recoger el guante que le había
tendido la amable chica.
Durante toda la tarde, tal y como había ya ocurrido en
sus anteriores visitas, Mario apenas participó en
las conversaciones que tuvieron lugar, y tampoco varió un ápice su
serio rostro, que permaneció en todo momento impasible, inmutable.
Ante esa situación, a la mañana siguiente Antonio
comentó a Lucas y a María lo que había acontecido la tarde anterior.
Mario no había tenido lo que comúnmente se entiende como una infancia
sencilla. Sus padres se habían pasado el día discutiendo desde que él era bien
pequeño, hasta que finalmente lo habían dado por imposible y habían decidido separarse cuando
éste tenía solamente siete años, quedándose como es habitual en casa de su
madre, que vivía en un humilde barrio a las afueras de la ciudad. Ella era una
persona de buen corazón pero de formas frías, de las que prefiere no hablar
sobre sus problemas ni escuchar los de los demás.
En aquella época el ambiente en el colegio tampoco era el
idóneo. Entre los compañeros de clase se había instaurado hacía tiempo la
maquiavélica moda de gastarse bromas pesadas, habiéndose creado un clima de
fuerte desconfianza entre los niños, en el que aquellos que sufrían las bromas
eran sometidos a dolorosas humillaciones, de las que por supuesto Mario no
estaba exento.
En estas circunstancias, el chico había desarrollado
una fuerte armadura hacia el exterior que actuaba como una barrera
infranqueable para la mayoría, y que dotaba a Mario de una inseparable
sensación de soledad que lo acompañaba allá donde fuera, en una especie de
círculo vicioso del que se antojaba difícil salir.
A los pocos días volvieron a coincidir todos en el estreno de
un nuevo grupo en el que Dani hacía de bajista. La sala se había llenado
para el concierto, corrían las cervezas y el buen humor podía palparse en cada
rincón.
Mario, apoyado en una columna, observaba en soledad la puesta
en escena del grupo. Entretanto, Lucas y Antonio no dejaban de cuchichear,
comentando en tono burlesco lo insólito de asistir sin compañía a un
concierto, lo que reforzaba aún más la indignación que en el fondo sentían
porque Mario no hubiera hecho buenas migas con unas personas tan simpáticas y
afables como en realidad eran ellos, algo a lo que sin duda no estaban
acostumbrados. El hecho de ver que Mario carecía de amigos les había convencido
ya del todo de que la responsabilidad del problema no era de ellos, sino que
estaba en el carácter de aquél, lo que les aliviaba profundamente, disipando
cualquier tipo de inseguridad que pudiera haber surgido en ambos sobre su
propia personalidad.
María, aún reticente a aceptar la extravagancia del personaje,
se acercó a saludar mostrando su cara más amable.
- ¡Hola Mario! ¿qué tal
estás? ¿qué haces aquí solo? ¿por qué no has venido con nosotros? estamos
allí, al lado de la barra.
- Hola María, no quería molestar no te preocupes- respondió éste con sus habituales formas algo bruscas.
- Hola María, no quería molestar no te preocupes- respondió éste con sus habituales formas algo bruscas.
No obstante María
no se dio por vencida e insistió en intentar ganarse al chico.
-
Venga, ven conmigo que voy a invitarte a una copa, ¡y no acepto un no por
respuesta! cuéntame cómo te van las cosas, ¿te va todo bien?
- Venga vale voy. Pues todo bien gracias por preguntar la verdad. El trabajo bien, por las tardes algo aburrido a veces, pero bueno no me va mal.
- ¿Aburrido? pues hombre yo tengo algunas tardes desocupadas, las suelo aprovechar para hacer algo de deporte. Últimamente salgo a correr a veces, si te apetece puedes venirte. O si no, también podemos quedar para tomar algo algún día, y así me cuentas algo más de tu vida, que apenas hemos hablado las veces que nos hemos visto.
- Venga vale voy. Pues todo bien gracias por preguntar la verdad. El trabajo bien, por las tardes algo aburrido a veces, pero bueno no me va mal.
- ¿Aburrido? pues hombre yo tengo algunas tardes desocupadas, las suelo aprovechar para hacer algo de deporte. Últimamente salgo a correr a veces, si te apetece puedes venirte. O si no, también podemos quedar para tomar algo algún día, y así me cuentas algo más de tu vida, que apenas hemos hablado las veces que nos hemos visto.
La expresión de Mario se había convertido en otra mucho más amigable,
ahora sonreía y parecía mucho más cercano. Hacía mucho tiempo que alguien no se
tomaba la molestia de conocerle, y él no disponía del valor suficiente para
abrirse de otra manera. Aún continuaron hablando algunos
minutos más antes de despedirse cuando el concierto estaba a punto de concluir.
De vuelta a casa, Dani y Mario se contaron mutuamente las experiencias tan diferentes pero a la vez tan satisfactorias que ambos habían vivido aquella noche. María ni remotamente podía siquiera imaginar el impacto tan sumamente positivo que había tenido su acercamiento hacia aquel muchacho.
Exultantes, embriagados por una profunda sensación
placentera, los primos decidieron ir a celebrarlo y estuvieron hablando y
riendo durante toda la fantástica velada. Sin duda les sobraban motivos para
hacerlo, ya que después de muchísimo tiempo, y aunque de maneras bien
diferentes, ambos acababan de vivir de nuevo la excitación y el entusiasmo de una
primera vez, puede que primera de muchas.
Qué bueno Javi!
ResponderEliminarTodos hemos sentido durante periodos mas o menos largos esa soledad, desinterés y pesimismo de la que te sacan amigos, familiares o simplemente una chica que te sonríe en el metro y que te despierta de nuevo sin ni siquiera saberlo. Y esas dos sensaciones se desprenden al leer y avanzar en el texto.
Gracias por comentar Héctor. La verdad que tienes toda la razón, a veces podemos tener un impacto fuerte sobre las personas que nos rodean sin darnos siquiera cuenta. Si encima este impacto puede ser positivo...podemos tomarlo como una pequeña invitación a ser mejores si podemos!
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