17.10.12

La oveja Pepe

Pepe abrió con parsimonia la puerta de casa. Se encontraba exhausto, aunque paradójicamente esbozaba una radiante sonrisa. Tras treinta y dos años de madrugones y extenuantes jornadas de trabajo en la fábrica de coches, por fin había llegado el día de su jubilación. Harto de soportar aquel ruido ensordecedor día tras día, de aquel trabajo repetitivo hasta la saciedad, hoy sentía cómo su cara era por primera vez acariciada por la brisa de la libertad. Embriagado por este aroma, recostó su rechoncha figura en su sofá de cuero y, tras servirse un whisky doble, dedicó las siguientes horas del día a vislumbrar los prósperos años que le quedaban por delante.

Algunos meses más tarde, Pepe había confeccionado su propia rutina: Ocupaba las mañanas en los quehaceres domésticos. Después de las comidas, disfrutaba de café y largas partidas de dominó en el descuidado aunque extrañamente acogedor "bar La Placita", a escasos metros de su casa. Finalmente, tras su habitual paseo por las bulliciosas calles de asfalto madrileño, acostumbraba a cenar una ensalada de tomate y pepino y algo de fruta, mientras ojeaba en la caja tonta algún programa que lo mantuviera entretenido hasta las 12, hora en que con puntualidad británica, procedía a acostarse. 
Así transcurría su día a día a excepción de los sábados, cuando a menudo acudía visitar a su hermana Marta y a sus dos sobrinos, los cuales vivían en un hermoso chalet moderno en el extrarradio, y que procuraban hacerle un hueco en sus apretadas agendas llenas de trabajo, clases y coladas.

Con frecuencia solía el bueno de Pepe echar la vista atrás, recordando con nostalgia el tiempo en que se jubiló su madre, cuando aún vivían todos en el pueblo. Se regodeaba acordándose de sus visitas diarias vestida siempre con aquella mirada de deliciosa ternura, y de aquellas noches de naipes al calor del brasero. Sin duda, habían sido otros tiempos, ya lejanos. Se reía pensando en las calamidades que había sufrido cuando era joven, impensables ahora que gozaba de calefacción en toda la casa, lavavajillas, y hasta de televisión en su propio cuarto. Pese a vivir inundado por todas aquellas comodidades, en cierto modo se sentía vacío. 
Creía haber superado por completo su dolorosa separación con Marisa, pero parecía haber regresado con fuerza aquel dolor padecido años atrás, acentuado ahora por la sensación de amarga soledad.





Sin embargo, jamás llegó Pepe a frustrarse pensando en lo que su vida podría o no haber sido. Se limitó a vivir en paz, como una oveja más del redil, ya que al fin y al cabo era así como se lo habían enseñado desde niño. 
Nunca llegó a plantearse por qué después de tantos años metido en esa fábrica ahora no sabía ser libre, por qué su bañera de sueños llevaba tanto tiempo vacía, por qué no había sitio para él en un Madrid frío y desangelado...tantos años dedicados a tiempo completo al servicio de una sociedad que le volvía ahora la espalda, que había alejado a los suyos de su lado, y que ni siquiera se preocupaba por buscarle su rinconcito de luz y calor, aquel rincón que su madre sí supo fabricarse. 

Lejos de todos estos reproches, que no habrían hecho sino deprimirlo, Pepe fue capaz de proseguir con sosiego y dignidad aquella estéril vida hasta el final de sus días, cual reloj que continúa dando las horas sin descanso, sin hacer apenas ruido, sin pena pero tampoco gloria, hasta el agotamiento de su pila.

Descanse en paz

10.10.12

"¡Aleja a ese perro, que te morderá!"


Si alguno me entiende, que no me lo explique: a más ignorancia, rebosa mi psique.
 
Vuelo tan lejos, alto, sin ruido, que el viento es quien decide hoy mi camino.

Vuelo sin motor, ¿que no se acelera? Rutina, tu cara y tu alma son feas.

Brisa de dentro, atlántica y buena, limpia eso chungo, lo chachi despierta.

Pensé que era ajena, sin ser pasajera, mas surge en mis sueños, ¡muchá, enhorabuena!

Si sólo pudiera seguir mis maneras, sería aburrido, pudiera ser solo.

Pagando peajes en esta avioneta: si aguantas, marea; si saltas, te quedas.

Sin calculadora todo es excitante, cuando el viento arrecia, ya ni oigo siquiera

las voces terrenas, ¡se ven tan pequeñas! Volando sin miedo en esta avioneta.

En pleno Himalaya no hay aeropuertos, ¡maldita locura!, ajeno a si veo

la suave meseta que acoja mis huesos, me tomo un helado y me quedo en el sueño.




3.10.12

El cuento del traidor y los héroes

A finales del siglo XV, la Corona de Castilla, en un proceso de fuerte expansión económica, libraba en las Islas Canarias batallas desiguales, con el territorio y sus riquezas como botín. Los rivales eran un conjunto de tribus nativas, cuyos pobladores, los denominados "guanches", poco tenían que oponer ante aquello que les sobrevino. Si acaso, su actitud frente al enemigo.

Durante la conquista de Gran Canaria, el jefe (o guanarteme, en guanche) de una de las tribus más desarrolladas de la isla, Tenesor Semidán, tomó una decisión: prendido en la batalla, fue trasladado a la península e invitado a las negociaciones, en las que entregó los campos y gentes bajo su mandato a los poderes castellanos, y según parece, fue bautizado a la fe católica por los mismísimos Reyes Católicos. Parece lógico imaginar que sus allegados y posesiones insulares fueron respetados en los convulsos años posteriores.

Pocos meses después, el líder de la tribu rival resistía desde su refugio en una roca en las entrañas de la isla, la Fortaleza de Ansite (foto). Acompañado de poca más milicia que otro guerrero, recibió la visita de Semidán, que le recomendó entregarse. El resto es Historia, casi sacada de un cuento de buenos y malos. Los valerosos guanches, prefiriendo la muerte a la rendición, se lanzaron al vacío, despeñándose, para exaltación de la épica, al grito, de "Atis Tirma", "¡viva la montaña sagrada!".


El cuento es tan bonito por sí mismo que casi cuesta buscarle las cosquillas, pero uno se plantea en mitad de otra conquista como la que se lucha en Europa en la actualidad... ¿resistirán ahora muchos héroes? ¿abundarán los "Semidanes"? ¿quién es realmente el bueno y el malo del cuento?

PD: Para quienes permanezcan en la duda de qué hacer con sus huesos, ahí va eso: 550 años después de lo narrado, todos los municipios de Gran Canaria poseen calles principales en honor a Don Fernando Guanarteme (así renombraron en cristiano al susodicho), mientras que para llegar a la Fortaleza de Ansite se tardan 2 horas en coche desde Las Palmas, el cartel que señaliza el mirador es pequeño y propenso a ser pasado por alto, y suelen caer 30 grados centígrados a la sombra, todo el año. Al menos, el que avisa, no es traidor...