16.1.13

Rumbo a la Tierra Prometida


No hay forma humana de apagar
las llamas de este fuego que me abrasa.
Necesito desnudarme en esta tierra
mientras arden estas ropas que encadenan
y me impiden desplazarme con destreza.

Escaparé así a miedos y apariencias
que mi nimia existencia lastran.
Artificiales y plomizas celdas 
que nuestra paz y libertad enjaulan.

Mi esencia volará ligera a lomos del viento.
Sonriendo surcará montañas y mares.
Rociará de vida pueblos y ciudades,
deseosos del aroma que les traigo.
Comprenderán que somos nada y somos todo,
que el amor nos rebosa en lo más hondo
y anhelamos repartirlo de algún modo.

Amigos venid, no tengáis miedo.
Vayámonos de aquí muy lejos
a la Tierra Prometida de los sueños.
Hagamos del amor nuestra bandera
y de la amistad nuestras armas,
de nuestros corazones los uniformes
que llevaremos en esta patria.

Que allí mi alma excarcelada 
escuche sonata en las olas
advierta perfume en las flores,
que se embriague de miradas,
silencios, murmullos y palabras,
de curvas, sonrisas y de roces.
¡Que siempre se acueste borracha!
...borracha y colmada de amores.







15.1.13

En los talones de Kelvin F. (parte II)

Nombre: Kelvin. Apellidos: Fahrenheit. Edad: 30. Sexo: varón. Estado civil: soltero. Dirección, número de la Seguridad Social, colegio, estudios... Podría pasarme así toda la eternidad, rellenando formularios en los que la respuesta es directa y conocida. No es que no me atreva con retos intelectuales más elevados. Ocurre que es de las pocas situaciones en que es casi imposible que aparezca la duda. La Duda.


Uno de los motivos por los que he decidido apoltronarme en mi puesto como analista de Macrosostenibilidad de Procesos Endo-productivos es precisamente eso mismo, la huida de la Duda. A pesar de que ni yo ni ningún colega conocemos el objeto, finalidad o justificación de mi quehacer en la empresa, puedo enorgullecerme de realizar un trabajo tan plano que es literalmente imposible que me surjan dudas. Cero por cien de probabilidades. De hecho, mi cometido lo podría realizar un simio. Pero no lo realiza un simio - no uno con pelo en la espalda -. Lo realizo yo, porque para mi puesto de trabajo es un requisito "sine qua non" ser poseedor del título de Superingeniero de Recursos. Yo lo soy, como ya mencioné en otra ocasión. La vida es así de dura para los simios peludos.

Llevo casi siete años en el mismo cometido, así que deben de estar muy contentos conmigo; supongo que seré el perfil idóneo para mi desempeño. Los que deben estarlo son los Christians Greys que dirigen mi empresa. Son, con mucho, las personas más seguras de lo que dicen que he conocido nunca. Esto es, nunca les tiembla la voz, ni usan coletillas como "digo yo" ó "más o menos". Los Greys nunca terminan sus discursos con un "¿no?" que permita atisbar un halo de esperanza en su debilidad. Maltratan a la Duda ya estén hablando de la Bolsa, el alcalde o el partido de anoche. A veces me pregunto si es una pose, una máscara, y cuando se baja el telón y se miran al espejo - en el camerino - , no pueden evitar una carcajada. Y yo aquí, tan majo, ni siquiera al analizar todo esto escapo de mi incapacidad para encontrar certezas. Qué bueno... Twitter, Facebook e internet en general tampoco me hacen ningún favor. Observo anonadado como cualquier pelagatos defiende ideas contundentes sobre cualquier tema con vehemencia, tenga o no instrumentos para entenderlo. ¿De verdad que no se ríen de sí mismos en su camerino? ¿Ni lloran? Qué envidia...

- ¡Pero en qué coño piensas! - Me saca de mis ensimismamientos Julio, un compañero analista, con una fortísima colleja -. ¡Quieres acabar ya el puto formulario! Que sepas que los Greys insistieron en que teníamos que entregarlos ayer, - fingiendo mucha seriedad -...y además, dijeron que eran imprescindibles para que la labor del Departamento de Macrosostenibilidad siga siendo un jeroglífico indescifrable.

- Jo. Jo. Jo. ¡Feliz Navidad! Eres la monda, Julieta - Le intento devolver la colleja pero la esquiva, creo que porque he dudado un instante si darle fuerte o flojo -. Al final, el formulario será para sortear un viaje al Caribe entre los participantes, ya verás...

- ¿Caribe? Seguro que tú preferirías un convento benedictino sin...

- ¡¡¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!! 

Un horrible pitido que sale de los altavoces provoca que decenas de cabezas de suricatos emerjan de golpe por encima de los armarios separadores de oficinas, mirando en todas las direcciones, como escudriñando la sabana para localizar al depredador. A los pocos segundos, los suricatos se han relajado y vuelven a sus madrigueras, justo después de escuchar por los altavoces la voz pausada de uno de los Greys:

- Kelvin Fahrenheit, suba inmediatamente al despacho de dirección...



... Continuará...

3.1.13

"En el camino" (1957)

Cuando miro una pintura abstracta, de esas que constan sólo de unos trazos locos, suelo avanzar rápido hacia la siguiente. En su momento decidí que era de esas personas a las que no les gustan esos cuadros. No es que les haya dado muchas oportunidades, de hecho no creo que nunca haya dedicado más de 10 segundos a analizar alguna. Para resarcirme de estas malas artes, hoy me gustaría recomendar una novela en cierto modo abstracta, un referente en la literatura universal del siglo XX, a la que sí he dado una oportunidad, y que a mi juicio, bien la vale. 

"En el camino" (Jack Kerouac, 1957) no tiene sentido si no es On the road, su título original, pura América, todo Dean's, Tom's, Ed's, Jane's y Ray's, mucha tarta de manzana y cafeterías y whisky y muchas millas en lugar de kilómetros, y todos esos nombres propios de ciudades y de estados tan excitantes, esos Chicago, Cheyenne, Des Moines, Iowa, Nebraska, Arkansas... La novela es el frenético diario de la sucesión de desnortados viajes y consecuentes vivencias en que se embarca un joven escritor, Jack Kerouac (narrador bajo el pseudónimo de Sal Paradise en la historia), con la compañía agitadora del hiperactivo y chalado Neal Cassady (Dean Moriarty en la novela) y la intermitente aparición de una amplísima caterva de amigos, conocidos, amantes, desheredados, drogadictos y vagabundos, casi siempre todo lo anterior a la vez, a lo largo y ancho de Estados Unidos, entre 1947 y 1949. 
 

Neal Cassady y el autor de la novela Jack Kerouac son Dean Moriarty y Sal Paradise en la historia
Enganchado por la velocidad de la narrativa, siempre sentado dentro de esos coches antiguos de seis plazas, el lector escoge a qué profundidad va a bucear en la historia. Si decide analizar rigurosamente el estilo, podrá acusarlo de simple, inacabado, o directamente se mareará a los pocos minutos entre los "¡Sí!, ¡allá vamos!, ¡sí!, ¡claro!" que embadurnan los locos viajes. Si, como yo, es un chiflado de la geografía, se deleitará poniendo caras, olor, sabor y contenido a cada uno de los miles, millones de pueblos y ciudades que se cruzan en el camino de Sal y Dean, y se emocionará tanto que se comprará una lata de cerveza para vivir con ellos una de las aventuras, y leerá el siguiente capítulo amodorrado, y creerá que lo ha comprendido. Y si el lector realmente quiere leer el libro, puede liberarse de sus problemas, intentar entender los problemas que pueblan las brillantes cabezas de los protagonistas, recorrer el camino, interpretar, aprender, no entender nada, no saber nada... Y darse cuenta, como pocas veces, de qué hermoso es ser joven y alocado, y cómo de a mano está ser joven, y cómo se nos pasa el momento de las locuras.



Y, sobre todo, animo a los que se animen a leer "En el camino" a recordar lo que ya sabíamos de niños: ¡qué bonito es leer!



P.D.: aún no he visto la película estrenada en USA el año pasado pero no en España, On the Road (ver trailer aquí) por miedo a que rompa el encanto del libro. Si alguien se anima a verla, que me diga qué tal...