22.7.15

Relatos de un Enlace

Así sucedió. En mitad de aquella gigantesca ola de calor, probablemente tsunami. Era domingo, o al menos así lo recuerdo. Nunca sabremos si así lo eligieron ellos o si por el contrario fue el domingo, rey en la selva de los festivos, quien no quiso faltar a la cita.

Sea como fuere, de lo que se puede estar seguro es de que aquella tarde Sardana y Chotis bailaron juntos y prometiéronse amor eterno. Daba gusto verlos deslizar sus apuestos cuerpos, que recitábanse poesía al son de un tamboril mirandeño.


El aire, cargado como nunca de vitalidad, de vigor, saturaba los pulmones de los asistentes, rociábalos con lo que aquel día descubrí que es lo que se hace llamar elixir de la eterna juventud. Si cierro los ojos aún soy capaz de impregnar mis memorias de aquella fragancia.

Aquel domingo la línea que separa amistad y familia se hizo más delgada que nunca. Amigo y prima convirtiéronse en primo y amiga, tal vez amigo y amiga, o primo y prima, lo único que recuerdo a ciencia cierta es que ambos términos decidieron fundirse y hacerse invisibles a mis sencillos ojos pardos, eclipsados por los de la radiante joven, acaso princesa, que brillaron con luz propia como nunca antes.

Sin duda alguna, aquella fue la página más sobresaliente de cuantas se habían escrito sobre ellos hasta entonces, mas un servidor había sido testigo de tantas otras, en un libro que como si de una semilla se tratara, había florecido con el paso del tiempo, cuando los personajes habían ganado en profundidad y madurez.

Por supuesto que ellos fueron los autores de las páginas venideras que escribiéronse más tarde, pero esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.


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