Vos
lo dijiste
nuestro
amor
fue
desde siempre un niño muerto
sólo
de a ratos parecía
que
iba a vivir
que
iba a vencernos
pero
los dos fuimos tan fuertes
que
lo dejamos sin su sangre
sin
su futuro
sin
su cielo
un
niño muerto
sólo
eso
maravilloso
y condenado.
He de reconocerlo. Este pequeño fragmento del poema de
Benedetti A la izquierda del roble me impactó. Lo hizo además lo suficiente como para que
una vez quitadas las telarañas del blog, mis oxidados dedos se hayan decidido a
teclear de nuevo.
Bajo mi insignificante prisma, en
nuestra sociedad actual está demasiado arraigada la idea de que en busca de su
propia infelicidad, el individuo debe procurar emprender todas las acciones que
le beneficien, así como evitar a toda costa todas aquellas que le supongan
algún riesgo o le ocasionen cualquier tipo de perjuicio (aunque éstas supongan
el beneficio de un tercero).
Esta idea, que es a menudo
transmitida de padres a hijos con el fin de protegerlos, unida a la baja
tolerancia a la frustración con la que somos educados actualmente (somos una
generación a la que se nos ha consentido todo o casi todo), está provocando que
el egoísmo se haya extendido hasta los mismísimos huesos de nuestra
paradójicamente avanzada y enferma colectividad.
Como resultado de todo ello, el amor
de pareja (no digamos ya otros), ese niño del que habla Benedetti, parece haberse reducido en
muchos casos a dos egoísmos que conviven en equilibrio, convirtiendo la
relación tal y como cita el poema en un pobre niño muerto. En mi opinión, la supervivencia de ese niño dependerá de si
somos o no capaces de darnos al otro y a la relación, olvidándonos en cierta medida de nosotros
mismos. Si no, lo dejaremos sin su
sangre, sin su futuro, y se convertirá en ese niño maravilloso y condenado.
Y es que es muy común que confundamos el amor con el apego y la dependencia adictiva, y que satisfacerlos se convierta en nuestro principal objetivo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Si hay algo de lo que podemos estar seguros es de que el verdadero amor no cabe en la misma ecuación que el egoísmo en cualquiera de sus formas, pues el primero no deja espacio al segundo, y si existe el segundo, al primero en ningún caso podremos acompañarlo del adjetivo verdadero.
Así pues, una vez estén preparados y
sobre todo convencidos de querer dar vida a ese niño incluso por encima de sus vidas como individuos, hagan caso al poeta uruguayo: no sean tan fuertes y déjense vencer, dicen que ser padre merece la
pena.
Completamente de acuerdo Javi. Y muy bien explicado y desarrollado. Creo que algo muy grande se ha perdido por el camino, estos niños maravillosos y condenados pasarán factura en cuanto a nuestra felicidad futura como sociedad.
ResponderEliminarMe alegro de volver a leerte. Un abrazo.
Gracias Héctor ;-)
ResponderEliminarSupongo que inevitablemente pasarán factura sí...aunque confío en que revertiremos la situación en algún momento. Al fin y al cabo el camino, si bien a veces no lo encontramos, tengo la sensación de que está ya dentro de nosotros