17.4.15

El niño de Benedetti

Vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
sólo de a ratos parecía
que iba a vivir
que iba a vencernos
pero los dos fuimos tan fuertes
que lo dejamos sin su sangre
sin su futuro
sin su cielo
un niño muerto
sólo eso
maravilloso y condenado.


He de reconocerlo. Este pequeño fragmento del poema de Benedetti A la izquierda del roble me impactó. Lo hizo además lo suficiente como para que una vez quitadas las telarañas del blog, mis oxidados dedos se hayan decidido a teclear de nuevo.

Escondidas en los más recónditos lugares de nuestro ser, habitan numerosas opiniones de las que ni siquiera somos conscientes, pero que aletargadas esperan el momento de que alguien las despierte y las haga salir de una vez por todas. Esto mismo fue lo que hizo Benedetti con una de las mías cuando leía estas líneas.

Bajo mi insignificante prisma, en nuestra sociedad actual está demasiado arraigada la idea de que en busca de su propia infelicidad, el individuo debe procurar emprender todas las acciones que le beneficien, así como evitar a toda costa todas aquellas que le supongan algún riesgo o le ocasionen cualquier tipo de perjuicio (aunque éstas supongan el beneficio de un tercero). 

Esta idea, que es a menudo transmitida de padres a hijos con el fin de protegerlos, unida a la baja tolerancia a la frustración con la que somos educados actualmente (somos una generación a la que se nos ha consentido todo o casi todo), está provocando que el egoísmo se haya extendido hasta los mismísimos huesos de nuestra paradójicamente avanzada y enferma colectividad. 

Como resultado de todo ello, el amor de pareja (no digamos ya otros), ese niño del que habla Benedetti, parece haberse reducido en muchos casos a dos egoísmos que conviven en equilibrio, convirtiendo la relación tal y como cita el poema en un pobre niño muerto. En mi opinión, la supervivencia de ese niño dependerá de si somos o no capaces de darnos al otro y a la relación, olvidándonos en cierta medida de nosotros mismos. Si no, lo dejaremos sin su sangre, sin su futuro, y se convertirá en ese niño maravilloso y condenado

Y es que es muy común que confundamos el amor con el apego y la dependencia adictiva, y que satisfacerlos se convierta en nuestro principal objetivo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Si hay algo de lo que podemos estar seguros es de que el verdadero amor no cabe en la misma ecuación que el egoísmo en cualquiera de sus formas, pues el primero no deja espacio al segundo, y si existe el segundo, al primero en ningún caso podremos acompañarlo del adjetivo verdadero.

Así pues, una vez estén preparados y sobre todo convencidos de querer dar vida a ese niño incluso por encima de sus vidas como individuos, hagan caso al poeta uruguayo: no sean tan fuertes y déjense vencer, dicen que ser padre merece la pena. 




2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo Javi. Y muy bien explicado y desarrollado. Creo que algo muy grande se ha perdido por el camino, estos niños maravillosos y condenados pasarán factura en cuanto a nuestra felicidad futura como sociedad.

    Me alegro de volver a leerte. Un abrazo.

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  2. Gracias Héctor ;-)

    Supongo que inevitablemente pasarán factura sí...aunque confío en que revertiremos la situación en algún momento. Al fin y al cabo el camino, si bien a veces no lo encontramos, tengo la sensación de que está ya dentro de nosotros

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