12.11.15

Lo que conoces de mí





Lo que conoces de mí,
no son más que las olas
bajo las cuales escondido,
el vasto océano se aloja.

Lo que conoces de mí,
no son más que las sombras.
Los grisáceos nubarrones
de los días de tormenta. 
  
Lo que conoces de mí,
no son más que primaveras,
lozanas flores colmando
de luz y color las praderas.

15.9.15

Una historia verdadera

Lo más difícil de escribir una historia es acabarla. Una conclusión que agrade, parezca creíble y sorprenda. Es la clave. Al ver una película se piensa continuamente en cuál podría ser el final. Si el protagonista muere, está muerto o se hace el muerto. A veces es lo único que tiene, un desenlace impecable que le hace ganar millones y millones en taquilla. El fin de las historias es lo que crea las mayores expectativas y hay debates eternos sobre su significado y su interpretación. Es por ello que seguramente muchas obras se crean comenzando por una idea final desde la que se moldea el resto del argumento. Como en este artículo.

Pero no siempre tiene que existir un final. No todo en la vida tiene que tener un significado. Una razón. O mejor dicho, no todo puede llegar a ser comprensible por nosotros. Hay cosas que quedan en blanco, flotando, suspendidas. Que quedan como un edificio parado a mitad de construcción. Con sus pilares, sus muros de piedra importada de Brasil pero sin puertas ni ventanas. El dueño se quedó sin dinero. El constructor le engañó. Tratan de darle sentido a ese final. Pero a veces no existe. Simplemente ambos desaparecieron y esa casa queda inhabitada y sin sentido para siempre. Aun así, nuestra mente siempre tratará de buscar una explicación. Nos resignamos, nos empeñamos y lo que es más importante, lo exigimos. Somos curiosos. Intentamos dar sentido al sinsentido. Teorías de la conspiración que explican lo inexplicable. La creación de la tierra. El cielo y el infierno.

Pero hace unos meses me leí un libro al que no paro de dar vueltas: “Limonov” de Emmanuel Carrère. Biografía real de un polémico escritor y político ruso con una vida completamente estrafalaria, desmesurada y de locura. Exiliado de la Unión Soviética por su ideología, viajó a Nueva York dónde vivió como un vagabundo, sirvió a un millonario, trabajó en periódicos y revistas y publicó libros autobiográficos alcanzando gran fama en Francia. Posteriormente, participó personalmente en la guerra de los Balcanes y regresó a Rusia tras la caída de la Unión Soviética donde acabó en la cárcel acusado de terrorismo. A su salida, fundó un partido político de oposición a Putin con el que continúa su incansable lucha que seguramente le lleve a la muerte. Una vida apasionante. Aunque lo que se me quedó grabado en la mente y no puedo olvidar es esa última frase con la que Limonov resume su vida tras conceder una entrevista al autor del libro. Frase con la que muestra su apasionante vida, sorprendentemente inhabitada y sin sentido. Frase que no escribiré.

Quizá las historias se merecen un final. Razón última del motivo de su existencia. Sin embargo, es el contenido quien te va llevando por caminos donde aprendes, interpretas y creas tus propias conclusiones. Y estaréis de acuerdo en que repasando este artículo todo se mueve hacia un lado, todo cojea y algo se va intuyendo. Pero al igual que la felicidad realmente se encuentra en la búsqueda de esa felicidad, las historias se deben disfrutar en la búsqueda de ese desenlace. Esa es la razón por la que creo que la conclusión, parte tan importante e indispensable, no debe explicarse en ciertos casos, sobre todo cuando las historias comienzan partiendo de la idea final. Como en este artículo.



22.7.15

Relatos de un Enlace

Así sucedió. En mitad de aquella gigantesca ola de calor, probablemente tsunami. Era domingo, o al menos así lo recuerdo. Nunca sabremos si así lo eligieron ellos o si por el contrario fue el domingo, rey en la selva de los festivos, quien no quiso faltar a la cita.

Sea como fuere, de lo que se puede estar seguro es de que aquella tarde Sardana y Chotis bailaron juntos y prometiéronse amor eterno. Daba gusto verlos deslizar sus apuestos cuerpos, que recitábanse poesía al son de un tamboril mirandeño.

17.4.15

El niño de Benedetti

Vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
sólo de a ratos parecía
que iba a vivir
que iba a vencernos
pero los dos fuimos tan fuertes
que lo dejamos sin su sangre
sin su futuro
sin su cielo
un niño muerto
sólo eso
maravilloso y condenado.


He de reconocerlo. Este pequeño fragmento del poema de Benedetti A la izquierda del roble me impactó. Lo hizo además lo suficiente como para que una vez quitadas las telarañas del blog, mis oxidados dedos se hayan decidido a teclear de nuevo.

19.11.14

Bienvenido a Nueva York

Hace unas semanas tuve la suerte de visitar Nueva York. Digo suerte porque el proceso de entrada es digamos complicado y encima en este artículo lo voy a exagerar. Todo empieza rellenando y pagando el ESTA. ¿Qué es el ESTA? Pues un papelito donde dices que no tienes pensado matar al presidente (americano, del español no dice nada) y que no participaste en el Holocausto (tenías un bautizo ese día). Aquí ya te cobran once euros, para ir abriendo boca. Y después… ¡¡el seguro médico!! ¿Pero cómo vas a ir sin seguro médico? Una ojeada por los foros de Google te hará decidirte del todo, encontrarás personas que perdieron piernas, brazos, ojos… y se los tuvieron que reconstruir de madera para volver a su país. Según pagas el seguro, llaman al timbre de tu casa, ábreles, son los de la oficina de cambio de moneda. Vienen con sangre goteando del colmillo. Cada uno con un tipo de cambio, comisión y tarifas de servicio que te hacen volverte loco y decidirte por cualquiera de ellos quedándote con la misma cara que cuando caías en un hotel en el Monopoly.

¡Tienes que estar tres horas antes en el aeropuerto! Debe ser que tienes que ayudarles a fabricar el avión, pensé, pero cuando llegas a Barajas y sigues el cartel de “vuelos a estados unidos” empiezas a entenderlo. En la cola de facturación, se te acerca una mujer de seguridad que te empieza a interrogar en voz baja y de modo intimidatorio. Tu buscas su comprensión, su mirada cómplice, un cruce de miradas, pero ella lo evita, no tiene sentimientos, no tiene corazón. “¿Dónde vas? ¿Viajas solo? ¿Quién ha hecho la maleta?, ¿Has reservado algún hotel en Nueva York? ¿Me puedes enseñar la reserva?” Finalmente coge tu pasaporte y le pone una pegatina en la que anota un código. Ese código representa el grado de peligrosidad que supones para un americano medio, con escopeta en mano y pocas ganas de circo. Al facturar, otra chica te repite el interrogatorio, te dan ganas de decirle que llame a la otra y se lo cuente, pero decides pasar desapercibido.

Posteriormente viene el control-desnudo integral. Ya sabéis “ordenadores, móviles, PDAs (quién coño tiene una PDA a estas alturas), cinturón y bolsa de líquidos aparte por favor”. Tras pasar la maleta de mano, una hombre de Prosegur te invita a abrir la maleta. “Tiene usted un recipiente de más de 100 mililitros”. Efectivamente, hay un bote de Axe que es automáticamente requisado y se inicia el protocolo de seguridad. Como es posible que sea explosivo o veneno decide lanzarlo a la papelera que tiene bajo sus pies. Mientras te alejas puedes leer en sus labios un “de puta madre”, ver cómo lo agita y se lo echa en los sobacos. Un día hay que llevar Polonio 210 de verdad. Pero que te quiten el desodorante no es de lo peor que te puede pasar, a la de detrás de mí le quitaron un queso. “No puede pasar esto, tiene masa” le dijo el hombre de seguridad mientras se partía un trozo de pan para hacerse un bocadillo, “¿Perdón?” respondió la mujer, “Si, es consistente, tiene masa, se puede hundir con los dedos y no puede pasar” insistió mientras comenzaba a partirse finas lonchas con el machete que acababa de requisar. Finalmente, la del queso monta el jaleo mientras tú le diriges miradas de “esta mujer está loca” con tal de que a ti si te dejen pasar.

Cuando crees que lo has vivido todo, llegas a la puerta de embarque. Otro cordón de seguridad. Una nueva chica de seguridad te pide el pasaporte y al ver el código pegado te comenta “por favor, póngase a este lado y deme su billete”. Y allí estáis los tres. El sudamericano enorme con pinta de traficante de drogas, el barbudo con pinta de líder de Al-Qaeda y tú, que no sabes qué pareces. Te llevan a un sitio aparte mientras piensas menos mal que llevo calzoncillos limpios, te vuelven a cachear y te sacan una a una tus pertenencias de la maleta (luego no las meten). Tras comprobar que no tienes nada, te devuelven el pasaporte y el billete y puedes embarcar. No es así para el sudamericano enorme, quién resulta ser un verdadero traficante de droga que se llevan al grito de “eso no es mioooo” mientras al de Al-Qaeda se descojona de risa. 

Finalmente, llegas al monstruo final, el control en el Aeropuerto de EEUU. Vuelves a contar lo mismo pero en inglés, te haces una fotito por aquí, huellas de los cuatro deditos por allá, el pulgar por favor y ahora igual pero con la otra mano si es tan amable. Bienvenido a Nueva York.



9.9.14

Por eso es tan difícil elegir

Hace ya dos años escribí un artículo pidiendo la muerte de la gente que usaba ebooks. Ese artículo recorrió el mundo y desde entonces vivo en paradero desconocido. Todo empezó porque les acusaba de llevar miles de libros piratas encima sin ningún respeto a los escritores, a quienes tan duro trabajo les había costado redactar esas líneas. Esos libros son el resultado de unas vidas maduras, peleadas, reflexionadas, adaptadas y puestas en la voz de unos personajes. Inventados sí, pero surgidos y marcados por sus vivencias, su ilusión, sus alegrías y su dolor. Todo eso cabe mágicamente en un libro, pues es lo que se desprende con el paso de sus hojas. Con un ebook, si intentas pasar las páginas como en un libro, tienes que hacer mucha fuerza y lo único que se desprende es la pantalla.

En mi soledad por las amenazas de muerte, me he dado cuenta de que los personajes de un libro a veces son utilizados por el escritor para reafirmarse a sí mismo, para defender sus acciones y pensamientos en vida. Pero normalmente hacen lo contrario, actúan justo como el escritor, en su arrepentimiento, piensa que debería haber hecho las cosas. Y es que la vida está llena de arrepentimientos, siempre nos gustaría haber escogido de otra manera. Lo increíble es que al escritor el libro le da esa opción, la de volver atrás, convencido de cómo actuar, para elegir correctamente y evitar que su personaje caiga en la misma piedra en la que cayó él. ¿No es bonito? Ayudar a tus personajes a no fallar, a no cometer tus errores, a no rendirse, a darles la mano en el último momento.

Un libro permite al escritor vivir esos momentos que no pudo sentir y que no pudo disfrutar. Seleccionar con libertad y tranquilidad las decisiones y esperar confiado a sus resultados. Pero es que en la vida real hay que elegir y además normalmente lo hacemos mal. Nos gusta meter la pata hasta el fondo, hundirnos, prever la catástrofe y maravillarnos viendo el espectáculo diciendo, “lo que me pasa a mí no le pasa a nadie”. También puede ser que quizá simplemente es que somos demasiado exigentes e inconformistas. Pero es que sorprendentemente existen momentos de los que no cambiarías nada, sino que volverías a vivir una y otra vez, una y otra vez.

Os cuento este rollo porque hoy he empezado a leer mi primer libro en mi ebook. Si, en serio. Y como de cierta manera me siento mal, que os he podido decepcionar y se podrían haber evitado muchas muertes, he decidido escribir este artículo para ponerme en el caso de qué habría ocurrido si nunca me hubiera rendido a la tecnología y hubiese seguido leyendo libros en papel. ¿Y a este qué le pasa, estaréis pensando? Lo que quiero decir es que según lo que decidas en tu vida, puedes acabar viviendo momentos inolvidables o escribiendo el libro para preguntarte que hubiera ocurrido si hubieses tomado el otro camino.

Por eso es tan difícil elegir.



20.6.14

Tan...tan poquito

Sara bajó de dos en dos los peldaños de las escaleras de su trabajo. Se trataba de un quinto piso, pero no deseaba encontrarse con nadie en el ascensor. Quería mantener a los individuos de aquella corporación lejos de su vista. Desde que su jefe les hubiera anunciado su inminente marcha de la empresa a finales de aquel año, en el seno de su equipo habían comenzado a sucederse los codazos en la carrera de sucesión hasta convertir un ambiente de trabajo agradable en una atmósfera insostenible.

Ella no era competitiva. O al menos era contraria a esa rivalidad desmedida. Detestaba la idea de traicionar a sus compañeros y a sus propios principios por un puñado de euros que desde luego no le venían mal pero que en este momento no necesitaba. Estaba convencida de que acabaría comprando algo material con ellos para llenar el vacío que surgiría en su interior si pisara a los demás para conseguir el puesto. No estaba dispuesta a venderse.

Tan pronto como atravesó la puerta principal huyó de aquel lugar y se dirigió a toda prisa hacia su casa. Era viernes. El mes de Noviembre estaba a punto de expirar y un cielo encapotado cubría toda la ciudad de Madrid. Estaba haciendo un Otoño templado. Sin embargo, aquella tarde soplaba una gélida brisa que anunciaba la inminente llegada del invierno. Sara se puso ropa de abrigo. Como tenía algo de hambre, cogió para el camino una manzana del cesto de la fruta y salió en busca de sus amigas, con las que se había citado para tomar café.

10.6.14

¿Ponencias o Dolencias?

Como sois malas personas y os gusta reíros de la gente, hoy voy a hablar de los distintos tipos de ponentes que puedes encontrar cuando acudes a un Acto o Jornada de conferencias. La verdad es que la originalidad es más bien poca y cuando la Jornada es algo aburrida pues da para estas cosas, para escribir gilipolleces sí, pero también para observar lo ridículo de los comportamientos humanos cuando nos enfrentamos al público. Y escribir gilipolleces. Enumero a continuación la fauna presente:

-          El moderador: persona seria, con bigote, traje clásico y desgastado, curtido en mil batallas, con ese traje hizo la comunión. Con tono serio y aburrido se limita a agradecer a los “ilustrados” ponentes sus “enriquecedoras” presentaciones. Aparentemente es una persona tranquila y hasta buena si le acaricias el lomo, pero ¡cuidado! si algo pone de muy mala ostia a un moderador es que no respetes el tiempo de presentación. Tras la Jornada, es encerrado en una jaula y nadie vuelve a verlo en un año. Típicos comentarios de moderador: “Es una alegría para todos el poder realizar un año más este ciclo de ponencias sobre…”

-          El ponente cerebrito: persona superdotada, no lo vamos a negar, pero gilipollas, tampoco se lo vamos a negar. Es joven, recién afeitado, con voz de persona de 40 años y lenguaje raro. Utiliza palabras rebuscadas en el diccionario a conciencia.  “Los procesos ulteriores confrontarán las vicisitudes del postergado dictamen”. Y todo el mundo asintiendo. También realiza comentarios que no sabes si se los inventa o te toma el pelo, como “Hoy traía preparada esta presentación pero voy a cambiar el discurso y voy a seguir la línea del anterior ponente”. Cree que todo el mundo le observa y le adora, si le aguantas la mirada durante más de dos segundos, desenfunda su tarjeta hacia tu cuello en un veloz movimiento y te dice “Hola, te ha gustado mi presentación ¿verdad?, si tienes algún problema please let me know, yo soy tu hombre”.

-          El ponente anécdotas: está de vuelta de todo. Pasa olímpicamente de su presentación y se limita a contar historietas y reírse a carcajadas ante un público que le escucha alucinando. Ha estado en países africanos que ya no existen o directamente se los inventa. Estuvo a punto de morir una decena de veces y  seguramente comente en la presentación alguna anécdota acerca de alguna de sus tres ex-mujeres. Es adicto a la cocaína. Le conocerás por comentarios como: “En 1992 estaba en Guinea Ecuatorial cuando un cocodrilo se comió el Proyecto de Construcción del Puerto y tuvimos que improvisar en la obra”. Tiene orden de busca y captura en media docena de países con dictaduras africanas porque a él nadie le dice lo que tiene que hacer. 

-          El ponente pelota: no tiene ni puta idea de que va el tema y emplea toda la ponencia en elogios y palabrería. Comienza con un: “En primer lugar quería agradecer a la Asociación, al Rector y al Subsecretario del Ministerio por darme la oportunidad de participar en este evento, que se ha convertido en un referente de obligada asistencia y que cuenta además con tantas personalidades a las que admiro y respeto profundamente”. Continua con un “Cuando me llamaron para dar una ponencia en este congreso… ” y cuenta una anécdota de mierda. También dice frases del tipo “Bufff, después de la brillante presentación que acaba de realizar el anterior ponente, no se si debería contar lo que traía preparado JE JE JE”.   

-          El ponente espeluznado: tiene barba de 12 días, se le cae la corbata y lleva camisa blanca arrugada con un bolsillo superior lleno de bolis y un subrayador fosforito. Está delgado enfermizo, se le notan las costillas y tiene color blanco luz de flexo. Mientras el resto de ponentes interviene, él mira al infinito empanado y con cara de pena. Te da un par de sustos porque piensas que ha muerto, pero al final lanza un suspiro al techo. No le suelen funcionar las diapositivas o el micrófono… algo le falla fijo e incrementa su pena. La explicación de todo es que un gran amigo y compañero de la universidad le robó una tesis doctoral con la que luego se hizo millonario.

-          El ponente flipao: su presentación ya te avisa, “A continuación es un placer y un orgullo para nosotros presentar al siguiente ponente. Estudió en la Universidad de Cambridge, es doctorado por la Universidad de Georgetown, presidente de honor e investigador de las conexiones neuronales aplicadas a turbinas de aviones por la Universidad de Harvard, inventó el fuego bajo el mar, preside 46 grandes  empresas europeas, esperen ahora 47… Le conocerás por frases como “Buenas tardes, perdonen pero vengo de Canadá de firmar un acuerdo de 450 M€ y no me ha dado tiempo a preparar nada en el avión, pero vamos a ver qué podemos hacer” o “Quizá soy muy técnico en mi presentación, si es así por favor me paráis, me lo hacéis saber y coméis la polla un rato”.

-          El ponente brasas: persona que va hacer daño a los Congresos. En vez del suicidio eligió como venganza dar conferencias aburridas a lo largo del mundo. Sus diapositivas son a letra arial tamaño 7 y en blanco y negro, suelen ser fotocopias de un libro de un científico ruso que sí tuvo huevos y se suicidó. Suelen reservarle su presentación antes del café o comida para incrementar el sufrimiento. Nadie puede echarle, ni siquiera el moderador. Nadie sabe quién le invita. Durante meses cuenta la leyenda que se siguen oyendo sus aburridos comentarios y en la noche entre fogonazos de luz aparecen sus diapositivas proyectadas en las paredes.



2.4.14

Algo bueno tenía que tener

Ha pasado ya un año desde que en mi anterior reconocimiento médico me recomendaron ponerme gafas, “¿pero tú ves algo?” me preguntó con cara de preocupación la enfermera, “pues… de lejos veo poco”, le contesté, “¡cariño, tú no ves una mierda!” comentó muy fina ella. Salí de la consulta y fui a ver al médico con los resultados, quien, insistentemente, me dijo que debía ir al oftalmólogo. Me entra la risa porque no sé si os pasará también a vosotros o me ha sentado mal algo que acabo de comer pero me imagino a un oftalmólogo como un ojo gigante con patas que te examina. Pero me pasa también con otros médicos, con el psicólogo me imagino un cerebro enorme y con el ginecólogo lo mismo, me imagino un cerebro enorme. O no… espera me estoy liando.

El caso es que no fui al oftalmólogo y este año llegué al reconocimiento intentando disimular mi miopía y, así, no llevarme una bronca. Entré a la consulta y la enfermera me dijo que me descalzase, como si estuviera en una mezquita, me midió, me pesó y llegó el momento de la verdad. “Mira con el ojo izquierdo por ahí y dime la última fila de letras”. “¿Letras?”, pensé yo… “Cojonudo, una pista, vale… son letras… pero claro hay 27 en el abecedario… estoy jodido”. Traté de razonar y empecé a descartar, “a ver… esto seguro que no está fabricado en España, por lo que la ‘Ñ’ no debería estar... Luego, la ‘X’ ‘Y’ y la ‘Z’, son las últimas, las que no se mira nadie para el examen, sería ir a pillar y no creo que las pongan. Vale, todavía me quedan 23… pufff sigo jodido”. Tenía un plan b, la táctica de vocalizar mal y que la confusión se pusiera de mi parte, en plan “la ennmree…., la essttfe, la aaeepp….”. Pero quedar como un ciego y encima gangoso me parecía demasiado y pensé “venga joder voy a hacerlo bien, que aquí he venido a jugar”.

“M.., F.., R.., H.., E.., N.. y O..”, dije por decir algo. “Madre mía, a ver ahora con el otro ojo, dime la misma fila”, me comentó la enfermera mirándome raro. En ese momento, la verdad es que me puse un poco nervioso y aunque eran las mismas letras que antes, decidí arriesgar, “R.., E.., A.., P.., F.., Ñ.. y 9..”. “¿Pero tú ves algo?” me preguntó la enfermera, “no veo un pimiento” le contesté para acortar la conversación, “¡no, cariño, tu no ves una mierda!”, insistió un año más. “Ahora te dirá el médico”. Efectivamente, entre a ver al médico y empezó su monologo “¿Qué te dije el año pasado?... que fueras al oftalmólogo, ¿y has ido? No padre… ¿y este año qué te digo? que vayas al oftalmólogo… ¿y el año que viene qué me dirás?...”. El médico se comportaba un poco raro, preguntaba y se contestaba él sólo, así que tampoco quise intervenir, “bueno, esta prueba la paso fijo”, pensé. Finalmente, aburrido, salí de la consulta cuando el médico comenzó a hiperventilar con una vena hinchada en el cuello como una barra de pan, esta vez prometiéndole hacerle caso.

Mientras andaba, pensé en todas esas cosas que perdería poniéndome gafas. Ya no me podría reír de la gente cuando estaba lejos por tener la cara como una bandeja de carne picada, no me podría reír de los chinos por tener caras sin ojos, ya no podría poner esa cara de mirar de lejos a lo Clint Eastwood que tanto me gustaba, conducir también pierde su encanto y emoción cuando ves las señales desde lejos… Al fin y al cabo me gusta como veo las cosas, son mis ojos y veo la vida como ellos me la quieren mostrar. Las gafas a saber, fíate tú de las gafas.

Derrotado por ver que la situación se volvía irreversible y acabaría siendo un gafotas, de repente un recuerdo me atravesó la mente. Desde hacía tiempo sentía un vacío en mí, echaba de menos una fobia que me había acompañado toda la vida, un miedo a las alturas que me hizo caer desde una litera de boca hace unos años y no me permitía hacer actividades tan cotidianas como hacerme fotos haciendo el mongol sobre estatuas o mear desde un balcón a la calle. Mi vértigo, claro…, lógico, coño, si ya no veo de lejos como voy a tener vértigo. Días después, subido a un teleférico pude confirmar mi teoría, ¡milagro!, ¡había dejado de tener vértigo a cambio de unas cuantas dioptrías!

Oftalmólogos del mundo, si me estáis leyendo, que sepáis que jamás dejaré que me volváis a suministrar vértigo en forma de cristal.


PD: Fíate tú de las gafas.


4.3.14

Marejada

En mitad de esta noche oscura, me escondo para no encontrarme. Me oculto bajo este puñado de mantas...sí, aquí estaré a salvo.

Me pongo a cubierto de la fuerte resaca de las aguas de un mar que intenta arrastrarme, en busca de un poco de paz tras días de fuerte marejada. 


Mas qué bonitas mis aguas embravecidas, las gigantescas olas rompiendo contra mis rocas, ese viento de poniente sacudiéndome el alma...pasé las horas contemplando ese oleaje impetuoso en el que la luna se miraba al espejo, majestuosa y resplandeciente.